Separadas, ex-casadas o solteras de tomo y lomo, nos encontramos de un momento a otro lidiando con el trabajo, la casa, las cuentas, las tareas, los útiles escolares, la nana que que quiere todos los derechos y que no cumple con sus deberes, por que sabe que preferimos aguantar a dejar a nuestros tesoritos en manos de alguien más, el perro, el gato, las ejecutivas de claro, movistar o entel que nos llaman todos los días para ofrecernos la oportunidad de la vida con nuevo plan rebajado por 3 meses, pero que te hace pebre pagando desde el cuarto mes en adelante, etc.
La mayor parte de estas labores las consideramos obligaciones y vivimos cansadas y eufóricas producto de un estrés que nosotras mismas nos imponemos.
Bueno, yo soy una de esas madres que intentamos hacerlo todo y que finalmente terminamos haciendo todo a medias.
Creo que a lo largo del tiempo en que he ejercido mi maternidad , he intentado buscar múltiples recetas mágicas que me permitan desdoblarme y cumplir en todos mis roles. ¿Resultado? Estrés hasta más allá de lo indecible, cansancio que se acumula año tras año, no tener una noche de descanso como Dios manda, subir de peso, bajar de peso, inseguridad y la autoestima que se me fue a la mierda. Y todo esto, producto de mi propia auto exigencia. ¿Qué idiotez, no?
Me costó mi segundo matrimonio y una depresión del tamaño de un caballo el darme cuenta de que la única que podía conseguir que las cosas fueran diferentes y se sintieran diferentes era yo misma.
Busque dentro de mí y no me encontré, perdida como estaba en una mar de responsabilidades y obligaciones. La mujer alegre, despreocupada, vanidosa y coqueta ya no existía más. Aterrizar y darte cuenta de que, después de todo, no sabes quien eres por que el ritmo de tu vida corre tan rápido que apenas lo notas y cuando atinas a darte cuenta, ya te perdiste a ti misma y ni cachaste, es heavy.
No saber si te gusta algo por que te gusta a ti, por que lo disfrutabas con tu pareja o por que es lo socialmente aceptable para una madre de familia y esposa resulta realmente frustrante.
Fue entonces cuando caí en la cuenta.
Solté amarras, levé anclas y mandé el mundo a la mierda.
Mis búsqueda ya no era para los demás, ahora era un viaje mío, en solitario, un viaje para encontrarme a mi misma.
Y lo hice, me encontré. Con todo lo que era y con todo lo que soy, una maraña de cosas mezcladas. Me tomó un par de meses, pero lo conseguí y pude darme cuenta de que la única razón por la que nos agobiamos tanto es de una simpleza extraordinaria.
Las mujeres NO SABEMOS SOLTAR. Nos sentimos responsables de todo y de todos, como si el mundo se fuera a acabar si dejas una taza sucia al salir de casa. No descansamos cuando lo necesitamos por que sino el mundo te dispara un "nadie te mandó a ser mamá". Y sipo, es cierto, nadie me mandó, pero tampoco conozco a nadie que haya nacido preparada para esto.
Entonces, ese fue el gran secreto que descubrí y una vez descubierto, abrí la puerta y SOLTÉ.
Y aprendí a disfrutar todos mis roles, sin permitir que me agobiaran.
Y sí, me canso igual, pero soy más feliz.
¿Y saben por qué?
POR QUE SOLTÉ.
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